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Había una vez una casa encantada entre los bosques de un viejo parque. Los árboles se cerraban a su alrededor y daban la impresión de que esta casa en particular estaba muy bien protegida.

Había una niña de cabello rubio y ojos marrones que pasaba mucho tiempo explorando los alrededores. Un día, mientras estaba caminando, se encontró con una vieja puerta de madera que parecía llevar a un lugar misterioso.

La niña, curiosa como era, decidió entrar para ver qué había dentro. La puerta se abrió de par en par. Cuando la niña entró, una luz brillante inundó la habitación. La luz era tan brillante que la niña tuvo que cerrar los ojos.

Cuando los abrió nuevamente, se encontró en una habitación preciosa. El suelo era de madera blanca y los muebles eran tan viejos y elegantes como los de una casa de contar cuentos.

La niña se sentó en una silla para ver qué había en la habitación. De repente, los muebles comenzaron a moverse. Los sillones se balanceaban y los armarios se abrían y cerraban. La niña se asustó al principio, pero luego se dio cuenta de que los muebles hablaban. Era casi como si estuvieran conversando entre ellos.

La niña les escuchó durante un rato y se dio cuenta de que los muebles estaban contando historias. Cuentos de hadas, de miedo, de amor. Los muebles le contaban historias de una casa encantada y de los misterios que guardaba.

La niña estaba tan fascinada con lo que estaban contando los muebles que se quedó hasta el amanecer. Cuando salió al exterior, el sol estaba brillando y el parque parecía un lugar mágico.

La niña volvió a visitar la casa encantada todos los días, y cada vez que entraba, los muebles le contaban algo diferente. Cada día, la niña descubría algo nuevo y se sentía más enamorada de la casa encantada.

Pasaron muchos años y la niña creció, pero nunca dejó de visitar la casa encantada. Los muebles seguían contándole historias cada vez que entraba, y ella las escuchaba con atención.

Hoy en día, la niña ha crecido y la casa encantada sigue ahí, siempre contando historias. A veces, la niña vuelve a visitarla y los muebles la saludan con sus voces antiguas. Y ella, con una sonrisa, se sienta para escuchar sus cuentos.

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